Pese a ser una ley de la vida, nada nos prepara para despedirnos de nuestros viejos.
Y no hay diferencias.
Si se fueron en nuestra juventud sentimos no haberlos tenido más tiempo.
Si se nos van cuando estamos más "maduros", es porque la costumbre y el nivel de negación que fuimos forjando nos llevó a creer que los tendríamos por siempre.
En fín, aquí quedamos, con la vista borrosa, sobrellevando la carga de la ausencia, y con el deber de honrar sus nombres..
Y su memoria.